En tiempos en los que Neymar reina bajo el legado del mejor tridente, Líbero se introduce en la historia de otra joya brasileña que tenía un perfil casi idéntico para triunfar en Europa. De nombre Dener, de habilidad la de la canarinha y de destino similar al de otros mitos del deporte como Petrovic o Fernando Martín. Su carrera acabó casi antes de empezar.
*Arturo Lezcano.- Es 19 de abril de 1994. “El fútbol brasileño pierde el arte de Dener”, arranca con voz de ultratumba el presentador del telediario más visto de Brasil. “El delantero del Vasco da Gama murió esta mañana en Río de Janeiro, cuando llegaba de São Paulo en coche. El accidente se produjo en las márgenes de la laguna de Freitas, una de las más bellas vistas de la ciudad. Dener dormía en el asiento de copiloto”, concluye taciturno antes de dar entrada al vídeo.
En él, una voz en off explica que Dener había dejado São Paulo la noche anterior y había recorrido, junto a un amigo, los cuatrocientos kilómetros entre una ciudad y otra. Le faltaron quince minutos para llegar a destino y apenas unas semanas para abrir una nueva etapa en su vida: venía de acordar con el club propietario de sus derechos, la Portuguesa, su fichaje por el Stuttgart alemán.
Empotrado contra un árbol, con el morro convertido en chatarra, un deportivo Mitsubishi blanco, con gráfica matrícula, DNR-0010, mantiene entreabierta la puerta del copiloto. La sostienen varios futbolistas del Vasco da Gama, uno de los grandes clubes de Río, que van pasando en disciplinada fila para hacer una suerte de reconocimiento de lo que ven dentro, un velatorio sui generis.
Allí yace tumbado Dener, en la misma posición en la que se había echado cinco horas antes. Con el asiento reclinado, el impacto del coche contra el árbol lo lanzó contra el cinturón de seguridad, que le estranguló la laringe provocándole la asfixia. A duras penas, los futbolistas daban sus impresiones al reportero de TV Globo, rodeados de curiosos y ociosos transeúntes en una secuencia desgarradora y trágicamente televisiva.
Entre ellos estaba Luisinho, emblema de aquel Vasco tricampeón carioca, que hoy palpa los recuerdos sorbiéndose las lágrimas: “Parecía que estaba dormido, lo veía allí y quería despertarlo: ‘Vamos, Dener, a entrenar, tenemos partido el domingo’, le llegué a decir”. El requiebro de la historia no lo hizo posible. La tragedia engulló al proyecto de estrella para dar paso al mito.
Dener Augusto de Sousa vivió 23 años cumpliendo los tópicos de cierto tipo de futbolista brasileño, de la cuna al cajón. Decía su madre, figura única en su crianza sin padre, que el pequeño Dener jugaba antes de andar, tan menudo que rodaba con el cuerpo encima de la pelota.
Nacido en 1971 Vila Ede, un barrio humilde de la periferia norte de Sao Paulo, empezó sorprendiendo a los entrenadores de fútbol sala de la zona por la misma mezcla de virtudes que luego lo distinguió en el verde: combinaba una velocidad fuera de lo común con una coordinación extraordinaria, un malabarista del balón sobre piernas de alambre.
La Portuguesa, tradicional club de São Paulo, lo probó con once años y se lo quedó para siempre, pues nunca lo llegó a vender. Pero como ocurría en aquel tiempo en Brasil, lo cedió dos veces –a precio de oro-, primero a Gremio de Porto Alegre y luego al Vasco. Todo eso transcurrió en menos de cinco años, entre 1989 y 1994. Luego, cuando iba a saltar a Europa, pasó lo peor. El misterio y su calidad, siguen hoy más vivos que nunca en cualquier aficionado al fútbol brasileño de la época.
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