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mardi 1 septembre 2015

El histórico Red Star de París, en dificultades al ser desalojado de su estadio

ADRIÁN RUIZ MEDIAVILLA.- Dicen los aficionados al fútbol de París que el verdadero y único recipiente de verdadero balompié en la ciudad ni siquiera se encuentra en París, sino al norte, en Saint-Ouen, donde tiene su sede el Red Star Club Français. El club centenario pasa por horas bajas. Luchando por la permanencia en la Ligue 2, este histórico equipo con cinco Copas de Francia en sus vitrinas, ha sido obligado al exilio. La Liga francesa dice que su coqueto y mítico estadio, el Stade Bauer, donde la resistencia francesa a la ocupación nazi ocultaba sus armas, no cumple las exigencias de seguridad. Los aficionados del equipo que fue fundado por Jules Rimet (sí el de la Copa del Mundo) viven desde la temporada pasada el exilio en Beauvais, sufriendo un calvario de autobuses que ha reducido la asistencia en casa a 3.000 espectadores de media.

Sólo un suburbio industrial como Saint-Ouen podría hermanarse con la ciudad inglesa de Salford, conocida como la “Dirty Old Town”. En Saint-Ouen se instalaron a lo largo de la revolución industrial, todo el siglo XIX y principios del XX las fábricas de compañías como Citroën, Alsthom o Martini, además de muchas otras tan anónimas como vitales en el tejido industrial francés. El barrio entero fue regado con bombas por los Aliados en la primavera del 44. Aunque quizás la mejor descripción que se pueda hacer de Saint-Ouen es que desde después de la guerra todos sus alcaldes hayan sido del Partido Comunista francés. Es en Saint-Ouen donde, poco antes de la exposición universal de París, Jules Rimet crea el Red Star Club Français.

Los aficionados del club sienten que su club no tiene sentido sin su casa del estadio Bauer, un campo a caballo entre Highbury y Vallecas

El Red Star, pese a lo que su nombre pueda sugerir, fue creado por miembros sillonistas (democracia cristiana francesa) con el objetivo último de acercar a los jóvenes franceses al catolicismo. Cuando en 1911 el club se vio obligado a emigrar desde el burgués París al barrio de Saint-Ouen, la afición cambió la barba de Jesucristo por la de Carlos Marx. Después de ver pasar a jugadores como Helenio Herrera o Tony Cascarino, hoy el Red Star malvive en la tercera división francesa. Igual que la idea que intentaba promover.

Los aficionados del club sienten que su club no tiene sentido sin su casa del estadio Bauer, un campo a caballo entre Highbury y Vallecas. Encastrado entre bloques de edificios y naves industriales, los 105×60 metros de césped artificial constituyen el único espacio verde de todo Saint-Ouen. Hablamos de un estadio que en 106 años de vida el partido de más caché que ha visto fue un amistoso Brasil-Andorra preparatorio para el Mundial 98. Pese a que los datos oficiales hablan de una capacidad de 10.000 espectadores, en los partidos que el Red Star juega en casa sólo se abre la tribuna principal. Al otro lado de la cancha, en una grada desprotegida de todo, queda espacio para un par de cámaras de televisión –la federación francesa ofrece todos los partidos de la división National gratis por internet- y para los aficionados rivales que se atrevan a hacer turismo en la banlieue parisina. En el fondo sur del estadio no hay grada, ni siquiera un murete como en el campo del Rayo: Bauer delimita al sur con un bloque de pisos en el que ni un solo vecino se asoma a ver el partido de esta noche a pesar de que es contra los vecinos del París FC.

Antes del partido, los aficionados locales se juntaban a tomar una cerveza en el Olympic, un bar de curritos frente a las taquillas del estadio. Forrado de pósters de un Red Star en tiempos mejores, al fondo de la barra se encuentra un tipo con un aire a Hank Schrader, el cuñado de Walter White en ‘Breaking Bad’. A su lado, un niño vestido de chándal juega a la Playstation Vita, a apenas unos metros del cartel que prohíbe la entrada de menores de 16 en el bar. Mientras se afana en que la bufanda verdiblanca que rodea su cuello no interfiera con el Martini que se está enfilando, Hank Schrader se identifica como el líder de los aficionados del Red Star. Algo así como el presidente de las peñas. La prueba de su liderazgo, dice, es que hace un par de años un inversor catarí vino a negociar con él la compra del club.

Hace un par de años un inversor catarí vino a negociar con él la compra del club

Al final el inversor se esfumó, cuenta, pero se muestra confiado en que en tres años el Red Star estará de vuelta en segunda. Para él, jugar contra un club de París no es un derbi: “ici c’est le 93”, dice orgulloso, en referencia a las dos primeras cifras del código postal de Seine-Saint-Denis, el departamento al que pertenece Saint-Ouen, y uno de los que históricamente ha acogido a un mayor número de inmigrantes de las antiguas colonias francesas, y también de España y Portugal.

En 2013, Líberos asistió a un derbi en el estadio. Estas fueron las conclusiones. Entrar en el estadio Bauer es rápido pero no sencillo: al ser día de derbi, unos encargados de seguridad se encargan de cachear al personal. Tras superar ese primer filtro, uno pasa junto a la tienda oficial del club.

Mientras que la tienda del PSG ocupa un local en plenos Campos Elíseos, la del Red Star es un cuartucho decorado con una foto del Che Guevara, recortes de prensa de días mejores y una lista de precios escrita con rotulador: camisetas y bufandas a diez euros. Gorros a ocho. Mecheros a uno. Que no digan que ser de izquierdas está reñido con tener visión comercial.

Y es que el Red Star es tan de izquierdas que roza el cliché: más allá de las estrellas rojas en todas partes, huele a porro al entrar al vomitorio mientras los ultras entonan el ‘Bella Ciao’, el himno de la resistencia antifascista italiana. Podría ser una suerte de Rayo de París, sólo que durante el calentamiento de los equipos no suena Ska-P, ni siquiera rap de ‘banlieu’, sino un tema que Shazam! etiqueta como ‘Dance Again’ de Jennifer López.

Podría ser una suerte de Rayo de París, sólo que durante el calentamiento de los equipos no suena Ska-P

Los jugadores saltan al verde artificial desde debajo de la tribuna norte. El Red Star, con una equipación verdiblanca de adidas. El París FC, como su hermano mayor, viste de Nike, concretamente el diseño que llevaba el United con una uve en el pecho hace ya tres o cuatro temporadas. Cualquiera que haya jugado al fútbol en París se siente identificado con el once que saca el Red Star, una mezcla de inmigrantes de segunda generación entre los que destacan la estrella del equipo, un magrebí llamado Oudrhiri con el 10 -tan habilidoso con el balón como incapaz de deshacerse de él- y el capitán, un calvo con el 5 que calza adidas pero no se llama Zidane, sino Allegri y es central de esos que uno prefiere de compañero que de rival. En el París FC no hay nada de extraordinario más allá del delantero, un sosías de Chamakh que es tan nulo de cara a puerta como el enésimo aspirante a estrella en la academia de Arsène Wenger.

Juanito Gómez nunca pasó noventa minutos sentado en la grada de un estadio de la tercera francesa a tres grados y con viento. Eso sí que se hace largo y duro: a primeros de marzo, la sensación térmica en Bauer es la de un francotirador sobre un tejado en Stalingrado. Para regatear a la hipotermia, algunos aficionados vuelven a atacar al ‘Bella Ciao’, y otros hacen lo que mejor hacen los franceses: se quejan. Del árbitro. De los jugadores. Del entrenador. Quejarse, en Francia, es el verdadero deporte nacional.

El partido es tan infame como prometía: un primer gol en el minuto 15 deja las cosas cuesta abajo para el Red Star, hasta que en el último minuto Oudrhiri, en su enésimo ejercicio de onanismo en la frontal del área, consigue encontrar la escuadra rival. Tres puntos que supondrán la salvación del Red Star, que acaba la temporada a un solo punto del descenso sin que a nadie en París le importe lo más mínimo.



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